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2014-03-21

Escape 2. La Sra. Pecker II



La Sra. Pecker, o Lucía, como le gusta que la llamemos, es una mujer unos pocos años mayor que yo o eso creo. Jamás hemos mantenido una charla que fuese más allá del cuarto de hora, ni tan personal como para haberlo comentado, pero por sus rasgos deduzco que rondará los cuarenta y ocho. 
   
Su piel es del color del pan rayado y su pelo largo y un tanto confuso, en el que cada mechón moreno, desciende sobre sus hombros en una dirección distinta dependiendo del momento del día en que te la encuentres.
A veces, sobre todo cuando aprieta el calor, Lucía se lo recoge con una de esas pinzas con clip metálico, o con una goma en la parte trasera de la cabeza.
Entonces quedan más al descubierto sus dos ojazos, negros y coquetos, de pestañas largas, nerviosas, que al mirar, te clavan al suelo o a la silla en la que estés sentado, anulando durante unos segundos, la recepción de cualquier señal a través de los sentidos. Su cuerpo, gracioso y proporcionado en la distribución de las formas cóncavas y convexas que lo arman. Apasionante.
Creo que ya hice referencia antes a sus pechos y los efectos que produce su sola aparición en mi imaginario.

Suele pasar el día en su habitación, la más espaciosa de la casa por ser la resultante de la unión de dos salas continuas, tras el derribo del tabique que las separaba. 
Allí tiene su dormitorio y una zona que utiliza a modo de despacho, coronada por una impresionante mesa antigua de madera y rodeada por una pobladísima biblioteca. Desde esa misma habitación se accede, de forma exclusiva, a una amplia terraza con abundantes plantas, una hamaca de esas tipo balancín e incluso un jacuzzi. Nadie salvo la Sra. Pecker tiene acceso a esa terraza y solo puede verse desde su cuarto o desde la ventana que hay en la despensa, normalmente cerrada con llave.



Me resulta la verdad extraño que esté despierta a estas horas, más aún siendo sábado hoy. Sólo con pensar que Lucia haya podido escucharme durante digamos, mi masaje en la ducha, hace que me empiece a  poner un tanto nervioso. 
Avanzo por el pasillo hacia la cocina, el cristal de la puerta deja pasar la luz suficiente como para no tropezarme con una mesita de metal y mármol y las dos figuras de alabastro que están colocadas a un lado del trayecto. 
El olor a café recién hecho es más penetrante a medida que me acerco. Me paso la palma de mi mano por la cara, desde la frente a la barbilla, intentando borrar de ella cualquier signo de preocupación. Soplo y giro la manilla.

– Buenos días Lucía. No esperaba que hubiese nadie aún levantado. Huele riquísimo ese café. – Digo dirigiéndome hacia la nevera y sin quitar ojo de la cafetera por no cruzarme con su mirada.

– Buenos días Mikel, ya ves, no podía dormir y he venido a preparar el café para los desayunos. He oído que alguno de vosotros ya estaba despierto, así que como hoy es sábado ya no viene la asistenta, marchó de puente y alguien tenía que hacerlo.

Abro la nevera y escondiéndome tras la puerta, saco el cartón de zumo de uva y manzana. 

– ¡Estaba despierta joder! , seguro que me ha oído,– pienso. 
Me sirvo en uno de los vasos de cristal y bebo de tres tragos el contenido mientras miro hacia el techo. ¿Cuánto llevaría despierta? Debo tranquilizarme, estoy seguro que aún dormía. Si me nota nervioso sospechará que alguna otra cosa sucede. No me queda otra, he de decir algo. La miro al fin.
 
Tiene el pelo recogido. Lleva un batín de estilo oriental que apenas llega a cubrirla hasta un palmo por encima de sus rodillas. Con una luna plateada por delante de la cual vuela un dragón rojo. Ambos bordados sobre el bolsillo izquierdo situado a la altura del pecho. Sus dos pezones aparecen perfilados bajo la fina tela de seda negra del kimono. Está descalza, ella siempre va descalza por la casa, con las uñas de los pies pintadas la mayoría de veces de color rojo intenso.

Pasa un segundo, dos y hasta tres hasta que consigo apartar mis ojos de sus tetas. El tema del café me resulta adecuado para centrarme.
 
– Muy amable Lucía, pero ya sabes que no era necesario. Tenía la intención de dejaros el café preparado, pensaba habértelo comentado ayer, pero con los preparativos de la acampada se me pasó. Ya te conté que marcho durante cinco días pero ese detalle se me olvidó.

– Sí, recuerdo que me comentaste. Y precisamente ese es el motivo principal por el cual no me podía dormir y del que quería hablar contigo. Ponme si no te importa otro café a mí por favor Mikel.

Ya está, estoy seguro de que lo sabe. Qué vergüenza. Aunque por otro lado, su tono de voz al decirlo, me ha indicado más bien que era algo que no estaba convencida de lo que iba a decir. 
Me dirijo hacia la cafetera y la retiro del fuego. Voy preparando las tazas lo más calmado posible.

– Lo siento si te he despertado al ducharme Lucía, lo siento muchísimo. De repente se enfrió el agua, salía helada y…

– ¡No, Mikel por dios, qué va! No te preocupes, ya llevaba tres horas despierta al menos. El tema es que no sé cómo decírtelo, a ver. Ya sabes que soy aficionada a escribir en mis ratos libres y he pensado que me vendría bien unos días en plena naturaleza para lo que estoy escribiendo ahora. Los otros dos inquilinos también se marchan por las fiestas, así que la casa quedaría vacía y me aterra la idea de pasarme estos días aquí metida, así que he pensado si te importaría que te acompañase. Además, nunca he tenido oportunidad de poder hacerlo, y me gustaría muchísimo.

En ese preciso momento, una inocente taza de porcelana se estrella, debido a la gravedad de la tierra y a una estúpida reacción mía, contra el suelo de cerámica negra. Después, una sirena de policia alejandose y silencio. 

M.B.2014





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2014-03-10

Escape. La Sra Pecker. I


Y entonces va y amanece, tan de repente como de costumbre, sin previo aviso.
El sol aún despeinado, bosteza sobre el ondulado peluquín de color rojizo que es el tejado de la casa que adivino entre las rendijas de la persiana. A través de ellas, la luz entra difuminando toda la estancia con pálidos colores ahumados.

Aparece el mismo decorado de la habitación de alquiler que me ha rodeado estos últimos dos meses. Ropa acumulada sobre una silla, la abarrotada mesa del escritorio en estado 
permanente de caos y desorden, el teléfono móvil destripado en el suelo junto a la cama que hace suponer que hubo un momento en el cual, me quedé dormido. Fotografías, libros y el resto de todo cuanto creo aún es mío, almacenado al libre albedrío en varias cajas de cartón y un par de maletas.

Mis ojos se adaptan a la luz a manotazos, mientras, espero a que la erección clásica de primera hora de la mañana, desaparezca para poder orinar en condiciones más seguras.
Pasa pronto. Debido a mi costumbre de dormir sin pijama, en cuestión de escasos dos minutos, el contraste térmico sosiega ese ánimo, tan envalentonado como inoportuno.
Salgo al pasillo en dirección al cuarto de baño. Bostezo y enciendo la luz. Esta no avisa de su llegada, pulso y al momento estoy cegado por su repentina intensidad. 
Aguardo a que se esfume la galaxia formada ante mis afilados ojos para de seguido, y un tanto apremiado ya, dirigir el caudal dentro del diámetro del urinario. Bostezo y en ese mismo momento empiezo a sentirme en paz con el mundo.

Mientras, una bolita de papel flota en la superficie del sanitario. "A hundir el barco" llamábamos a ese juego.

Lanzo un fugaz vistazo al espejo y me exploro el gesto muy por encima, más que nada para cerciorarme de que todo sigue en el mismo sitio, ya que en realidad no me apetece lo más mínimo encontrarme de frente conmigo mismo, y menos a las siete de la mañana. 

Pronto me reconcilio. Mientras me ducho, me veo animado a masturbarme por la aparición en mi inconsciente de la imagen de las magníficas tetas de la Sra Pecker, mi actual casera.
Sexo violento y rápido. Sexo de monta y doma, de caricias ensalivadas y expresiones clandestinas. Así imagino en ocasiones que debe ser echar un polvo con la Sra Pecker.




La sitúo ahora mismo al otro lado de esta pared, sobre su cama, tumbada de costado, sin nada encima que cubra su piel,  y con una de sus manos hundiéndose a sacudidas entre sus piernas separadas, mientras dos de los dedos de su otra mano, pellizcan con rabia su pezón derecho. Trata de acallar sus gemidos, pero incluso creo poder escuchar su agitada respiración. 
Cierro los ojos e instintivamente aumento el ritmo. Logro imaginarme delante de ella, acostada y masajeándose lasciva a la espera de su premio. Crece la presión de mi mano alrededor del pene, de manera especial al desplazarse sobre el embravecido glande. Se tensa todo mi brazo primero y el resto de mi cuerpo después. Siento mi semen fluir caliente y acumularse. Presiona. Aún lo retengo durante unas sacudidas más, hasta el momento preciso. Ya.
Contengo como puedo la respiración y suelto mi cuerpo en cuatro sacudidas descomunales bajo la lluvia artificial de agua y vapor caliente. Muerdo mis labios, pero se me escapa el placer en un gemido y dos bufidos, quedando apoyado contra el frío azulejo.

Vuelvo a mi habitación. Comienzo a vestirme y tras enfundarme en el pantalón vaquero, abro la ventana para comprobar la temperatura en el exterior. Aún es temprano y hace fresco, pero creo que con una camiseta de manga corta será suficiente e iré más cómodo cuando aumente la temperatura.

Es sábado y he decidido ocultarme durante los cinco días libres de los que dispongo, en alguno de los montes cercanos que rodean la ciudad. 
Lo básico; una mochila con algo de ropa de repuesto y abrigo, tabaco, varias latas de conservas, papel higiénico y el saco de dormir. La libreta donde anoto mis atropellos mentales también se viene.

Acudo a la cocina dispuesto a prepararme café. La luz está encendida; parece que la Sra Pecker también ha decidido madrugar hoy. O eso, o la desperté en algún momento.

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M.B.14
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